Rodolfo Sancho: “Actuar intentando demostrar algo, no es el camino”.

Rodolfo Sancho: “Actuar intentando demostrar algo, no es el camino”.

Rodolfo Sancho es el compañero con el que siempre querrías trabajar. Es generoso, tiene talento, voz, presencia y, algo muy importante, esa capacidad de hacer fácil lo aparentemente difícil. Se emociona y vive intensamente las cosas que te cuenta, con ese don que tienen los grandes actores para captar tu atención con la primera frase que lanzan…

 

Ángel Caballero: Hace unos meses coincidí con uno de tus hermanos y, por un momento, lo confundí contigo, porque el parecido entre vosotros es enorme.

Rodolfo Sancho: Sí, la verdad es que los tres hermanos nos parecemos mucho. Incluso con el pequeño alguna vez nos han dicho: “¿Sois gemelos?” Y, claro, en esos momentos no puedes evitar reírte y decir: “¡Pero si le saco cuatro años!” (Risas)

 

 

 

A.C: Curiosamente, de los tres, el único que ha seguido los pasos artísticos de vuestro padre has sido tú. ¿Cómo fue ese momento en el que le planteaste al gran Sancho Gracia que querías ser actor?

R.S: Por una parte le dio una especie de alegría y orgullo; pero casi enseguida, en tono un poco de sorna, me dijo: “¿Y no prefieres ser abogado?”. (Risas)

A.C: Incluso, llegasteis a trabajar juntos en la última aventura de Curro Jiménez.

R.S: Sí, hice un papelillo ahí de un bandolerillo joven. Pero antes, ya habíamos trabajado sobre las tablas del Teatro Español, cuando él hacía de Don Juan Tenorio y yo figuración y una escena que había con espadas. La verdad es que aprendí mucho en aquella época y guardo recuerdos muy bonitos.

A.C: Precisamente, en la primera temporada de El ministerio de El tiempo le hicisteis un pequeño homenaje a tu padre que caló hondo entre el público. ¿Tú que sentías mientras pronunciabas ese “Soy Curro Jiménez”?

R.S: Te confieso que en ese momento no estaba realmente en el personaje, que también es un poco lo que pide esta serie: el parar un segundo, salirte fuera y guiñar el ojo al espectador. En aquel momento sentí mucha emoción, porque era un homenaje a mi padre y así lo sentía. Si ese pequeño guiño lo hubiera hecho otro actor, estoy seguro de que habría lanzado esa frase de otra manera. Yo me paré, sonreí y dije “Curro Jiménez”… Eso lo dijo Rodolfo.

 

 

 

 

A.C: Mientras preparaba esta entrevista, me he enterado de que tu padrino fue nada menos que Adolfo Suárez.

R.S: Sí, porque mi padre y él eran muy amigos. En toda aquella época de transición, un poco más compleja, en la que a Adolfo le dieron la espalda incluso los suyos, mi padre estaba ahí. También te digo que yo a Adolfo lo vi muy poco y siendo yo un niño, porque, obviamente, era una persona tremendamente ocupada. Pero siempre le tuve ese cariño, porque yo sabía cuánto lo quería mi padre.

A.C: Imagino que, cuando echas la vista atrás, debe de ser muy emocionante el haber crecido rodeado de gente tan importante y que han significado tanto para la cultura de este país.

R.S: Por supuesto. Yo recuerdo alguna fiesta, o alguna reunión, que hacían en casa y por allí estaban Fernando Fernán Gómez, Álvaro De Luna o Paco Rabal diciendo poesía… Por ejemplo, hace poco me ocurrió algo curioso, porque en la segunda temporada de Isabel entró Eusebio Poncela y lo primero que me dijo cuando nos encontramos allí fue: “Anda que… aquí te tengo, con la de veces que te he tenido en brazos”. Este tipo de cosas emocionan… Era una época muy bonita. Yo, como era un niño, la he vivido un poco más por referencia, pero esas personas no solo, en su mayoría, eran actores. Eran intelectuales. Conocían muy bien este oficio y lo amaban como nadie. Recuerdo que mi padre, de repente, empezaba hablar en verso con Paco Rabal o se ponían a soltar poesías que conocían de siempre, porque habían leído todo el teatro que se había hecho… Ellos eran capaces de hacer algo así y cumplían los requisitos mínimos que, yo creo, debe tener un actor, como que se te entienda cuando hables o saber mirar al compañero a los ojos. Al haber crecido viendo todas estas cosas, de un modo u otro, creo que las he heredado y me siento muy orgulloso de seguir manteniendo ciertas formas de hacer. Ahora vivimos un momento en el que parece que todo esto se ha olvidado un poco, por ese ansia de encontrar cada poco tiempo una cara nueva. Que, por supuesto, creo que las tiene que haber, pero no a costa de no entender lo que dicen.

 

 

 

A.C: Tu primer trabajo de largo recorrido fue en Al salir de clase, una serie para adolescentes con legiones de fans, que poco tenía que ver con lo que tú habías mamado en casa. ¿Cómo fue ese “choque cultural”?

R.S: Bueno, también te digo que yo ahora soy más consciente de este tipo de cosas. En aquella época (con veintiún años), que estaba empezando, no me paraba a compararlo. En ese momento estás viviendo un sueño, con toda la alegría y la felicidad que tienes. Mirándolo con perspectiva, creo que se hicieron cosas bien y otras no tanto. Por una lado, fue un resurgimiento de la ficción que proporcionó una gran cantera de buenos profesionales, pero tampoco hay que olvidar que veníamos de hacer las series en cine, en dieciséis e incluso en treinta y cinco milímetros, dedicándoles mucho tiempo y con directores como Mario Camus, Pilar Miró o Tato Romero Marchent. Ahora, nosotros hacemos trece capítulos en cinco meses, y antes, en Curro Jiménez, se hacían trece capítulos en once meses. Hoy podemos ver capítulos con una calidad impresionante, pero el tiempo que antes se dedicaba, por respeto al trabajo del actor, del director de fotografía, del cámara… es algo que se perdió por economizar. Si lo que vemos hoy día en televisión nos parece bueno, imagínate lo que podría ser si le dedicáramos el tiempo que le dedicaban antes.

A.C: Fíjate, estoy de acuerdo contigo, pero también creo que, como es imposible cambiar el funcionamiento de la industria, y como yo me suelo quedar con lo positivo de los cambios, pienso que puede ser una buena manera de no economizar nuestro trabajo como actores e intentar darlo todo siempre a la primera toma, porque es posible que no tengas oportunidad de hacer otra. Esto es algo que suele pasar, sobre todo, en las series diarias. Imagino que, en este sentido, Al salir de clase tuvo que ser también una buena escuela para un actor que empieza.

R.S: No sabes hasta qué punto… Pero incluso desde el proceso de casting. Fue un casting tremendo al que se presentaron tres mil personas, de los que salimos doce. Además, los directores no eran nada tontos y buscaron a gente que, más o menos, se les fuera a entender y que fueran capaces de sacar adelante una serie diaria, con todo el trabajo de interpretación y memorización que eso conlleva. Tú llegas con muchas ganas, pero, al fin y al cabo, no dejas de ser un inexperto en un plató. Lo que pasa es que después de seiscientos capítulos lo aprendes todo y es más que suficiente para saber dónde está el foco, saber colocarte, buscar la luz, ponerte en tu marca y saber resolver una secuencia que te han dado diez minutos antes.

A.C: Lo que los antiguos llamaban “tablas” u “oficio”.

R.S: Exactamente. Fue una gran suerte pasar por esa serie, porque luego ibas a un casting y te dabas cuenta de que tenías más callo que los demás. Yo siempre digo que, al margen del talento, que es algo que no se puede medir, lo que más te da como actor es la práctica.  Recuerdo que solía ponerme muy nervioso en los castings, pero después de Al salir de clase empecé a ir más tranquilo.

 

 

 

A.C: Hablando de castings… En aquella primera prueba multitudinaria, ¿Coincidiste con algún compañero con el que acabarías trabajando en la serie?

R.S: Yo tuve que pasar como por unas cinco fases hasta que me dieron el papel, y la primera de todas ellas fue con Elsa Pataky. Recuerdo que estábamos los dos súper nerviosos… Aunque, curiosamente, había un punto de complicidad, porque ya habíamos trabajado juntos antes, y esto es algo que no se sabe mucho, en una serie con Ignacio Mercero, que se titulaba La vida en el aire, donde hacíamos de pareja. Yo hice ahí dos capítulos; luego volvimos a coincidir en Al salir y después otra vez en Se busca un cadáver, que fue la primera serie para internet que se hizo en España, donde también estaban Sergio Villoldo, Mariano Alameda y Dani Huarte.

A.C: Con los que te volverías a reunir en la función de teatro Caos.

R.S: Efectivamente.

A.C: Además, creo que también erais productores… ¿Por qué no volviste a producir nada después de aquello?

R.S: Bueno, nosotros, originalmente, teníamos la idea de tener una productora con la que seguir haciendo una nueva obra cada año. Lo que ocurre es que a cada uno nos fueron saliendo otros proyectos que no nos permitían compaginar y al final todo aquello se quedó un poco en el aire.

 

A.C: Habiendo empezado en un sitio como el Teatro Español, habiendo producido y saboreado las giras… ¿No te pica el gusanillo de volver a las tablas?

R.S: Mi pica y mucho. En este tiempo me han ofrecido cosas muy bonitas, pero yo creo que en la vida todo son etapas. Ahora estoy atravesando una un poco más centrada en el audiovisual, que, lógicamente, llegará un momento en el que bajará, y ahí es donde espero encontrar el hueco de volver al teatro. Además, me gustaría que fuera con algo que también produjera yo, y que me permitiera buscar un personaje muy concreto.

A.C: Gracias a esta etapa en el campo audiovisual, con los años tu nombre se ha convertido en garantía de éxito y prestigio. ¿Dirías que en algún momento de tu carrera has procurado buscar ese reconocimiento?

R.S: Yo creo que al final todo acaba siendo una mezcla del tipo de carrera que uno quiere hacer y de la suerte que tengas. Me considero un actor muy afortunado, porque he podido estar en series como La Señora, Isabel, El ministerio del tiempo o Mar de plástico, que son productos que han sido un éxito y que además dan prestigio. También te digo que, con el tiempo, te das cuenta de que ésta es una carrera que te va llevando, y lo que te surge es lo que acabas haciendo, porque hay que trabajar.

A.C: De todos estos personajes, ¿Para ti, cuáles son los que han marcado un antes y un después?

R.S: Es difícil saberlo, porque, curiosamente, cada vez que he interpretado un nuevo personaje ha habido un antes y un después. Yo te podría decir que cuando hice La Señora hubo un antes y un después, porque resultó ser una serie con mucho y éxito y de una gran calidad en todos los sentidos, pero también podría contarte esto mismo de Isabel o de El ministerio del tiempo e, incluso, de Amar en tiempos revueltos, que era una serie diaria, pero con una factura muy buena. Aquél fue un paso más en mi carrera y, de hecho, fue la primera serie que hice con Diagonal, con los que luego he vuelto a trabajar en La Señora o Isabel. Lo que tengo claro es que llevo en el corazón a todos esos personajes.

 

 

A.C: ¿Cómo se vive el ser la primera opción para todo, hasta el punto de tener que hacer un paréntesis en El ministerio del tiempo para poder terminar de grabar Mar de plástico? ¿Alguna vez soñaste con que pudiera ocurrirte una cosa así?

R.S: Bueno, no te imaginas que te pueda ocurrir algo así, pero siempre aspiras a tener la ilusión de que un día llegue un momento en el que seas un actor respetado y al que llaman porque funciona. Eso es lo que uno quiere y con lo que se ilusiona. Saber exactamente si te va a suceder o no es imposible. Lo que si te digo es que me siento un afortunado y realizado, y esto es mucho, porque te aporta una calma muy grande. Actuar intentando demostrar algo todo el tiempo, no es el camino. El saber que tu trabajo gusta por el momento, te da un poso, una relajación y una calma muy grande. Que te llamen para ofrecerte el protagonista de una serie sin tener que hacer un casting también es algo que te aporta una enorme seguridad y hace que, como actor, arriesgues y te la juegues más.

A.C: Bueno, y que te dejen jugártela…

R.S: Claro. La edad también da cosas, no es lo mismo tener cuarenta que veinte. Ahora me siento a hablar con los directores, me explican el prisma que le van a dar a la serie, discutimos sobre por dónde llevar el personaje… Y yo creo que agradecen cuando os sentáis a hablar y propones cosas. Eso no tiene nada que ver conque te digan: “Tienes que ponerte aquí y hacer esto y esto”, que al final hace que estés más encorsetado.

 

A.C: Es curioso, porque tus grandes personajes los has hecho en televisión, pero en cine has trabajado con los más grandes, aunque en papeles más discretos.

R.S: Es que para mí poder hacer un papel en No habrá paz para los malvados es todo un regalo, porque Enrique Urbizu me puede llamar para hacer de seta, si quiere, que yo voy y lo hago. He tenido la suerte de trabajar con grandes directores y eso es algo que está ahí, en tu experiencia vital, en tu curriculum y te da cierto prestigio. Me siento muy orgulloso de esos papeles en cine, por pequeños que sean, porque me han permitido trabajar con gente como Carlos Saura, Álex De La Iglesia, Vicente Aranda o Mario Camus

A.C: Precisamente en aquella película de Camus volvías a coincidir con Marian Aguilera después de vuestros comienzos en Al salir de clase.

R.S: Sí, en Al salir era mi hermana y en El prado de las estrellas éramos pareja. Fue un bonito reencuentro también…

 

 

 

A.C: Próximamente volverás a la gran pantalla de la mano de uno de tus grandes personajes, el rey Fernando de Aragón, y en calidad de protagonista en La corona partida.

R.S: La verdad es que cuando terminó Isabel yo me quedé con la sensación de que había algo que no estaba contado, porque la serie acababa con una promesa que lanzaba Fernando. En la película está ese toque final que faltaba. Ya lo verás, el personaje tiene un cierre muy bonito y yo me quedé muy satisfecho. Llegará a los cines el año que viene, van a hacer una gran apuesta y quieren salir con muchas copias.

A.C: ¿Cómo era levantarse por las mañanas para ir a rodar, no un personaje cualquiera sino un rey como Fernando de Aragón?

R.S: (Se para, me lanza una mirada cómplice y dice:) Era la hostia. (risas) Además, como el vestuario era muy realista, me tenían que vestir el equipo de vestuario en el camerino. Y ahí, poco a poco, yo ya me iba metiendo en el personaje. Luego, llegaban de atrezo, me daban la espada, iba a plató y ya estaba… No sabes lo que era estar sentado ahí y decir cosas como: “Fuera de mi vista” o “Traedlo a mi presencia”… Me lo pasaba en grande. Es un personaje que tengo muy metido en el corazón. Mira, (me enseña el brazo), aún hablo de él y se me pone el vello de punta.

A.C: ¿Eres de los que ve el vaso medio lleno o medio vacío?

R.S: ¡Medio lleno! Me considero una persona bastante positiva, en general. Siempre intento ser optimista, estar bien, llevarme lo mejor posible con todo el mundo… y lo hago un poco egoístamente por mí, por salud mental y porque creo que vivir así es mucho mejor.

 

 

A.C: Yo siempre he pensado que el otoño del actor es la mejor etapa. Viéndote con esa calma, esa templanza, ese peso… ¿Tú cómo llevas el paso del tiempo?

R.S: (Baja un poco la mirada, saca una media sonrisa marca de la casa y bromea) Pero lo mío no es otoño, ¿no? Es un primavera/otoño… (Risas) Mi padre siempre decía que los grandes personajes te llegan de los cuarenta en adelante. Yo creo que eso sucede porque llega un momento en el que tienes más enjundia en la cara y más vida en la mirada… Es algo que he podido ir viendo y, a medida que he ido cumpliendo años, los personajes que me han ido ofreciendo han sido más potentes. Creo que cada cosa tiene su momento, pero no es lo mismo, con veinte años, pelearte con tu amigo porque tu novia te ha puesto los cuernos que conquistar Granada. Si cuando empezaba me hubieran ofrecido una serie como Mar de plástico, seguramente habría hecho de ayudante y no del sargento de la Guardia Civil.

A.C: Con los años y los nuevos personajes, también va llegando un nuevo público.

R.S: No te creas… Es cierto que llegas a otro público, pero yo me doy cuenta de que también hay muchos que aún aguantan. También es cierto que el mundo ha cambiado y que ahora puedes ver a Tom Cruise, con la edad que tiene, protagonizando una nueva entrega de Misión Imposible. ¿No es más interesante la cara de Cruise ahora que en Risky Bussines? Creo que ya no es necesario tener veintidós años para llegar al público de veinte. Además, da igual la edad que tengas, porque tú ves a Sean Connery en un plano corto en La Roca, con todo lo que transmite su mirada, y flipas igual.

 

A.C: Connery es uno de los que presumía de estar orgulloso de esas arrugas que, con el paso del tiempo, han ido adornando su rostro. ¿Te sucede lo mismo con las tuyas?

R.S: Por supuesto. Hace poco no sé a qué leyenda de Hollywood le escuché que contaba la típica anécdota de que un día, en maquillaje, le dijeron: “Te voy a tapar esa arruga” y respondió: “No, no lo hagas… que me ha costado mucho conseguirlas”.

A.C: ¿Dónde te gustaría verte dentro de diez años?

R.S: No lo sé… Espero que haciendo buenos personajes y, lo más importante, sentirme tan bien personalmente como ahora.

A.C: Pueden pasar tantas cosas en ese tiempo… ¿Y si nos reencontramos cuando pasen esos años, para ver cómo nos sigue tratando la vida?

R.S: Yo encantado, pero ¿No nos vamos a volver a ver hasta entonces?

 

A.C: Espero que sí. (Risas) Yo, por ahora, no pienso saltarme las citas que tengo contigo cada semana en Mar de plástico, en la segunda temporada de El ministerio del tiempo y el estreno de La corona partida. Rodolfo, siempre es un placer sentarme a charlar contigo. ¡Nos vemos en la próxima!

 

TEXTO: ÁNGEL CABALLERO

FOTOGRAFÍAS: MOISÉS FDEZ ACOSTA

MAQUILLAJE Y PELUQUERÍA: SILVIA GIL

PRODUCCIÓN: JAIME PALACIOS

VESTUARIO: TITAMINA, ZARA y PAREDES

AGRADECIMIENTOS: CARMEN UTRILLA