Luján Argüelles: “En el plató tienes que estar con toda la verdad posible”

Luján Argüelles: “En el plató tienes que estar con toda la verdad posible”

Su medio es la radio y la televisión, pero hace poco publicó un libro al que tituló Cenicienta llevaba tacones de 15cm. Así que, para tratar de comprender mejor este título, a los príncipes, a las princesas, a los hijos y a sus madres, le propuse a Luján Argüelles que nos sumergiéramos, de la mano de Moisés Fernández Acosta, en el mundo de la fantasía, de fábula y de los cuentos para este reportaje. Por el camino fuimos hablando de periodismo, de la fama, de sus comienzos…

 

Ángel Caballero: ¿Cómo pasa una chica que estudia historia y piano al mundo de la radio y, posteriormente, al de la televisión?

Luján Argüelles: Empecé con seis años a estudiar piano, porque nos dio por ahí a todas las niñas del cole. Mi madre, que era de  las más rectas o la más severa de todas, dijo: “¿Seguro que quieres estudiar música?” Yo le respondí que sí, segurísima, y dijo: “Pues vas a sacar la carrera”. Entonces empecé a examinarme con ocho años y acabé la carrera a los dieciséis.

A.C: La carrera de piano, al igual que otras, como puede ser la danza, te da mucha disciplina en el trabajo y en la vida.

L.A: Las otras artes las desconozco, pero la carrera de piano es durísima. Se suele empezar siendo muy niño y no sé ahora pero los conservatorios en aquella época eran súper estrictos. Recuerdo un día en el que el profesor nos dejó solos y empezamos a tocar a lo Jerry Lewis. Cuando apareció y nos pilló nos cayó una bronca… No podías tocar nada que no fuera clásico, como Beethoven, Mozart o Chopin. Esto de “vamos a tocar la última de Elthon John”, ni de broma. También son muy estrictos en los exámenes, te tratan como si tuvieses treinta años, con una seriedad enorme y, al final, o entras por ahí o no vas a probar, ni a conseguir nada…

A.C: ¿Y no te planteaste seguir por ese camino?

L.A: Que va… Lo tenía muy claro. Quise estudiar periodismo, pero en Oviedo no había facultad de periodismo y mis padres me dijeron que pensara otra cosa, porque había que irse a Madrid, y Madrid era Manhattan. Así que me matriculé en Historia, porque en cuarto podía elegir Musicología, utilizando así la formación pianística. Pero cuando llegué a los veinte años, tomé la decisión y me fui, porque estaba amargada viva y pensaba: “¡Pero si esto no es lo que quiero hacer!”. Saqué matrícula de honor en Prehistoria y el decano de la facultad me propuso que me fuera con ellos a unas excavaciones a Jordania. A lo que yo respondí que qué excavaciones, ni qué excavaciones… si a mí me importaba un bledo esto de la historia. Entonces él me dijo que había una emisora del ayuntamiento de Oviedo, que tiene un convenio con la universidad para poder hacer allí prácticas, y allá que me fui de cabeza. Así fue como empecé en Radio Vetusta, que era la radio del ayuntamiento.

A.C: ¿Y de ahí a la tele?

L.A: Daba la casualidad que esa radio era la única que tenía permiso para emitir desde el Hotel Reconquista los premios Príncipe de Asturias, en el cocktail que hacen por las mañanas. Ahí sólo emitían Luis del Olmo y Radio Vetusta, así que ahí conocí a todos los periodistas… a Luis María Anson, José María García, Concha García Campoy  y a todos los más potentes de aquella época. En el segundo año en la radio yo no paraba de repetir que me quería venir a Madrid y me dijeron: “Venga, no seas tonta… Empieza a moverte y vente a Madrid”, y lo hice. En aquel momento daba un poco de vértigo, porque tú sabes que quieres hacer esto, pero sin el respaldo familiar y ningún conocimiento de cómo tenía que llevar mi carrera… Lo primero que hice cuando vine a Madrid fue matricularme en Periodismo y ponerme un plazo en el que si a los treinta años yo no había conseguido vivir de esto, lo dejaría y empezaría otra cosa. Y lo de la tele fue cuando Antena 3 compró Onda Cero. Nos llevaron a emitir a unos estudios que estaban dentro del edificio de Antena 3. Buscaban a gente de dentro para hacer cosas en televisión y nos llamaron para hacer un cásting. Yo hice mi prueba, no salió, pero ahí se quedó el video… y un día me llamaron para hacer de reportera en 7días 7 noches.

 

A.C: Como la persona exigente contigo misma que eres, ¿Vives pendiente de las audiencias?

L.A: Al principio, sí que te presiona. Yo no creo que una mala audiencia signifique que tu trabajo esté mal hecho o que el producto no interese, pero eso lo descubres con el tiempo. A veces, depende de muchas otras cosas, como a qué hora lo programan, contra quién va y muchos otros factores que no tienen nada que ver contigo o con el programa. En los comienzos sufres mucho, pero con el tiempo empiezas a asumir que si de cien formatos, noventa van mal, si trabajas te tienen que tocar algunos de esos formatos. Además, yo venía de la radio, donde hacía mi programa por las noches, y ahí eres director, presentador… y cuando llegué a la televisión me di cuenta de que ahí no diriges nada. Tú llegas a un plató, te plantas enmedio y haces de maestro de ceremonias, pero quién es el concursante o el invitado, cuándo aplaude el público, cuándo entra un efecto o cuándo el realizador decide cambiar de plano son infinidad de factores que alteran el producto y que no son decisiones tuyas. Hay que aceptar que formas parte de algo que se hace con toda la ilusión y todo el esfuerzo para que salga bien, pero tanto si funciona como si no, tú no eres responsable de eso.

A.C: La gente no reacciona igual al verte por la calle, según el tipo de programa que estés presentando en ese momento. ¿Qué es lo más raro que te ha sucedido en este caso?

L.A: Pues, por ejemplo, cuando presentaba Password, la gente se ponía a concursar conmigo a voz en grito por la calle. Y con otros programas venían diciéndome cosas como: “Qué me quiero casar, búscame un príncipe, por favor, cásame a mi hijo…” (Risas).

A.C: Es que hay mucha gente que no es del medio y no sabe que tú no tienes nada que ver en el proceso de cásting.

L.A: Claro, cuando yo llego ya hay una selección que está hecha. Hay un equipo de cásting que busca, que trae, por decir una cifra cualquiera…, a veinte candidatos, y la productora y la cadena decide cuáles de esas personas se encuentran entre los perfiles que, de alguna manera, puedan formar el grupo perfecto para esa edición. Ahí es cuando yo me entero de quienes son mis concursantes.

 

A.C: Gracias a alguno de estos programas, hay muchas personas que a tu alrededor han hecho algo tan bonito como enamorarse…

L.A: A mí me encanta, porque, además, todo el mundo disfruta cuando hay un bodorrio, aunque no le gusten las bodas. Yo siempre he dicho que la situación o el momento en el que el ser humano está viviendo las cosas con mayor intensidad y con mayor felicidad, pase lo que pase a su alrededor, es cuando se está enamorando de alguien. Ahí todo es bonito, todo es color de rosa, las nubes son de gominolas y estás feliz, y compartir eso con la gente es bonito.

A.C: ¿Qué crees que hay en ti que conecta tanto con el público para que tengan ganas de seguir viéndote programa tras programa?

L.A.: Ojalá eso sea así… (Risas). Qué Dios te oiga, hijo mío… Al venir de la radio, me hace mucha gracia el mundo de la televisión, porque en la radio todo es pura realidad y pura verdad. Es imposible, cuando estás cuatro horas en directo delante de un micro, que seas capaz de manejar las situaciones al milímetro. Siempre acaba saliendo tu personalidad por algún lado y siempre se te escapa esa parte mala que todo ser humano tiene. Realmente, te retratas. En televisión, es muy posible que consigas esconderte, porque por mucho que digan eso de que la cámara lo capta todo, yo creo que es más fácil esconderse en la tele. Te escondes detrás de un maquillaje, de un vestido, de una edición, porque todo se graba a mogollón y luego se edita. Por lo que un “joder”, que en la radio se te puede escapar, en televisión nunca lo vas a ver. También te digo que a mí cuando se enciende la cámara me importa todo un bledo. Ahí está la gente, al otro lado hay un montón de personas que quieren vivir las cosas de verdad y tienes que estar en el plató con toda la verdad posible. Igual que antes de salir me miro el flequillo doce veces, una vez que estoy ahí me olvido y estoy en lo que tengo que estar, porque estamos en un juego en el que el concursante se tiene que llevar dinero y, además, tiene que ser divertido.

 

 

A.C: Estamos hablando mucho de los programas grabados, pero también están los directos. No necesito preguntar cuáles prefieres…

L.A: Yo me quedo con un directo siempre. Después de doce años haciendo directo en la radio… Pero en televisión nunca me ha tocado, excepto en entrevistas. Me encanta el directo porque creo que tiene mucha fuerza.

A.C: La televisión consume mucho tiempo. ¿De dónde sacas las horas al día para, por ejemplo, escribir el libro que has publicado?

L.A: Es que la televisión, como yo la hago, consume mucho pero solo durante los dos meses y pico que tardamos en grabar todo el programa. Luego, hasta que se monta y se emite puedes tener meses de parón y de desesperación, porque dices: “¿Y ahora qué hago aquí en casa?”. Así que estoy en EFE haciendo radio, he escrito el libro… Claro, si esto te coincide con cuando estás grabando, te vuelves loco. Pero tienes que asumir compromisos que puedas compaginar.

A.C: Antes de escribir tu libro, “Cenicienta llevaba tacones de 15 cm”, tú ya habías escrito artículos y hecho algunas colaboraciones en revistas. ¿Qué ha supuesto para ti este paso más en tu carrera?

L.A: Te confieso que es algo que me ofrecieron hará unos tres años, pero pensaba que no estaba preparada y me daba un miedo que te mueres. Y, realmente, el editor que me lo propuso, Pablo Álvarez, es buenísimo, pero me dio miedo. Además, en aquel momento estaba trabajando mucho en televisión y no encontraba el hueco. Durante todo este tiempo vas dándole vueltas a esa cosa que no te atreviste a hacer, hasta que un día te llama Planeta y ya dices: “Ahora sí que lo tengo que hacer o, al menos, lo tengo que intentar”. Y lo que ocurre es que lo intentas y te sale. También tengo que decir que no es un libro con el que vaya a ganar el premio Nobel, ni ningún premio de literatura, sino que es un libro para que la gente se lo pase bien, eche unas risas y ya.

A.C: En él relatas historias que conoces, historias cercanas, historias de amigas… ¿Por cierto, seguís siendo amigas después de contar sus vivencias en el libro?

L.A: De todas (Risas). Somos un grupo de muchos años y que, además, todas nos hemos reído con esas historias. En muchas de las frases y ocasiones, yo cuento la historia tal y como la cuenta mi amiga en el grupo para reírnos y para frivolizar e intentar sacar una sonrisa de algo que es trágico. Una de nuestras amigas, a la que su marido deja por una prostituta y descubre que lleva tres años con una doble vida… eso es muy duro, pero intentamos reírnos, porque si no es durísimo.

 

A.C: Leyendo el libro me da la impresión de que siempre recurres mucho a tus amigos. ¿Eres muy amiga de tus amigos?

L.A: Muchísimo. Además, yo siempre digo que la vida está como en círculos concéntricos en los que estás tú, tu familia y tus íntimos, tus muy amigos, tus amigos, tus conocidos y el mundo. Es importante saber qué lugar ocupa en tu vida cada una de las personas que te rodea, porque, por ejemplo, no le puedes pedir a un conocido que esté ahí apoyándote en el que puede ser un momento crítico para ti como lo estaría un íntimo. Yo tengo la suerte de que mi familia y mis amigos íntimos han estado ahí siempre. Son pocos, pero cuando los he necesitado nunca me han fallado.

A.C: La primera pregunta que se me vino a la cabeza cuando leí el título de tu libro fue… ¿Disney ha hecho mucho daño?

L.A: Claro que sí. Porque, además, eres un niño y ahí te empapas de todo y crees que el mundo es tal y como te lo cuenta Disney. La vida es muy bonita, pero también puede ser muy complicada y muy cruel. Evidentemente, no le vas a contar a un niño la crueldad de la vida. Pero la princesa, los príncipes azules… Algunos conocen la realidad antes y otros más tarde. Yo creo que de los treinta a los cuarenta es cuando descubres muchas cosas. Y, a partir de los treinta y tres o treinta y cuatro, más todavía. Entonces, ya te adaptas a la realidad y es cuando coges la vida por los cuernos.

A.C: El libro, aparentemente, está escrito para mujeres. ¿Crees que los hombres también pueden disfrutar de esta lectura?

L.A: Sinceramente, no lo sé, porque todavía ningún hombre heterosexual se me ha acercado para hablarme de mi libro (Risas). Mis amigas, las mujeres en general y los gays sí me han comentado cosas, pero es que yo creo que ni tan siquiera mi chico ha terminado de leerlo (Risas). No lo sé… yo creo que sí lo disfrutarían, aunque sea para decir: “¡Bah, qué exagerada!”. Pero no puedo contestarte a esta pregunta porque no lo sé…

A.C: Para alguien que nunca se había planteado la posibilidad de escribir un libro, imagino que tiene que ser chocante llegar a una librería y ver tu foto en la portada de uno.

L.A: A mí me daba bastante pudor, porque yo no soy escritora y no es un territorio en el que me mueva con seguridad. Sí que es cierto que la primera vez que hice un programa de radio mío, casi me desmayo al escuchar esa voz en off que daba paso al programa y que decía: “La orilla, con Luján Argüelles en OndaCero”. Esa sensación de  “sí, por fin… mi programa”… es increíble. Con el libro ha sido distinto, es más “ay, por Dios, qué corte”. Lo que es muy bonito es cuando te lo envían en maquetado, con sus páginas, su portada… porque tú habías enviado a la editorial un documento de Word y hasta que no lo ves hecho no te crees del todo que eso, al final, pueda ser un libro.

A.C: Muchos autores coinciden en que las firmas promocionales de libros pueden llegar a ser agotadoras. ¿Tú como las estás llevando?

L.A: Bien. Son personas que vienen que les firmes un libro tuyo, porque van leer algo que has escrito tú, porque entienden que lo que tú escribas les puede gustar. Para mí, es un halago que la gente venga o que te pidan una foto. Ésta es una de las cosas que yo creo que hace muy bonita esta profesión. El hecho de que la gente se acerque y te diga “qué bien lo haces”, porque a mi amiga, que es directora de un banco, no vienen los clientes todos los días a felicitarla por muy bien que haga su trabajo. Cuando sales en la tele la gente tiende a decirte cosas así, no tiende a ir insultándote. A lo mejor, en las redes sociales sí es más común que te salgan lo que llaman “Trolls”…

A.C: ¿Qué tal es tú relación con esas personas que ocultan su identidad y se dedican a insultar a personajes públicos desde las redes sociales?

L.A: Yo creo que cuando alguien entra a criticar, si es algo constructivo, has de leerlo con atención y analizarlo. Si entra para, simplemente, insultarte… pues vale. Es que, además, yo venía muy ensayada de la radio, porque hacía política y, en ese sentido, es un poco heavy. Cada día te llamaban roja, facha, comunista… Cuando tú lo único que haces es conducir una tertulia. Y, además, en ese momento, yo era pura transmisora, ya que, simplemente, guiaba las tertulias de Herrara para que la gente o el tertuliano opinara. Pero ya te digo que es algo que sucede más en las redes sociales, porque tú vas por la calle y la gente no te grita insultándote. Más bien es todo lo contrario.

A.C: Aunque tu trabajo sea presentar o comunicar, lo haces desde un medio que llega a muchas personas, provocando que se interesen más por tu vida privada y generando el interés de cierto tipo de prensa. ¿En algún momento, esta intromisión en tu vida ha llegado a molestarte?

L.A: No. Yo en esto soy clara y concisa. Cuando tú trabajas en televisión y la televisión está en el salón de todos los españoles, aunque tú seas el presentador, a quien ven todos los días es a ti, porque el concursante o el entrevistado viene y se va. La gente ve el programa, ve el formato y te ven a ti. Entonces, es normal que si tú te estás metiendo en la casa de esa gente, a ellos le interese saber qué sitios te gustan, donde vas, qué haces, si estás casado, si tienes hijos… Es normal, porque tú eres el primero que te estás metiendo en su casa y compartiendo con ellos momentos de intimidad, ya sea en el salón con sus hijos, en la cocina o en el comedor. Lo que creo que no está bien, y eso no es responsabilidad ni del público, ni de la fama, es el tipo de información que se publica, si esa información es mentira. Eso es lo que me molesta, cuando publican cosas que no son ciertas. Porque, además, en mi caso, eran cosas muy fáciles de contrastar. Con lo cual eso es ejercer mal el periodismo. Pero de eso no tiene la culpa la gente, la tenemos los propios periodistas.

A.C. Además, es más duro cuando esas mentiras vienen de gente que son compañeros de profesión.

L.A: Claro. Yo entiendo que hay cosas que son muy difíciles o imposibles de contrastar, pero es que, en mi caso, era tan fácil…

A.C: ¿Nunca te han entrado ganas de descolgar el teléfono y preguntar por qué?

L.A: No, porque yo creo que, al final, el tiempo coloca las cosas en su sitio. Y, al fin y al cabo, le estás diciendo a un compañero que está haciendo mal su trabajo, con lo cual él no va a cejar en su empeño o se va a molestar y acabas montando una bola que no tiene sentido. Tampoco creo que sea mi obligación decirles públicamente que no están haciendo bien las cosas. A mí cuando me han llamado sí que les he dicho: “Esto no es periodismo… Tú no eres periodista, tú eres vocero porque estás publicando cosas que has oído y que no contrastas”.

A.C: Pasemos a un tema más alegre, como son los premios. Has recibido la Antena de Oro y el premio Zapping. Confiesa, Luján… ¿Habías ensayado delante del espejo qué ibas a decir al recoger el premio?

L.A: Te juro que no (Risas). Además, yo hice el ridículo más grande de mi vida con la Antena de oro, porque subí nerviosísima y pensando: “¿Y ahora qué hago? ¿Y ahora qué digo?”. Y acabé diciendo algo así como “muchas gracias a la cadena y a la productora por su confianza. Adiós” (Risas) Me imagino que estaría todos pensando: “Claro, es que es una borde”. Pero es que… ¿Qué voy a decir? (Risas)

A.C: ¿Dónde has puesto los premios?

L.A: En casa están. Bueno, en realidad, mi estilista tiene un altar con muchos objetos curiosos y le pone velas todos los días. Entonces, mi Antena de oro está en el altar de mi estilista y él le pone velas para que nos siga saliendo trabajo. Y el del Zapping está en el despacho de casa.

 

A.C: Falta muy poco para que llegue la cuarta edición de ¿Quién quiere casarse con mi hijo? ¿Qué nos puedes adelantar de esta nueva aventura?

L.A: Bueno, solo te diré que yo creía que era imposible superar a Mari Carmen y su hijo Fran, pero me he dado cuenta de que todo es posible.

A.C: ¿Alguna sorpresa en lo que al formato se refiere?

L.A: No, porque es un formato que se sostiene en las historias que generan las madres y los hijos elegidos. Y si su relación, su manera de ver la vida o de vivir las cosas es peculiar, eso te da historias fuera de lo común con las que disfrutas y hace que te lo pases bien. No necesitas más.

A.C: Y mientras llega el momento de volver a verte en televisión, te escucharemos en la radio.

L.A: Sí, claro. Yo sigo en EFE y estoy escribiendo en El País sobre moda. Ahora también vamos a arrancar con unas historias en la revista Divinity… Y otras cosas que hay por ahí, pero que no quiero desvelar todavía.

A.C: Muchas gracias, Luján. Ha sido un placer charlar contigo, ser secuestrado por ti, ponerme en tus manos cual marioneta y, en definitiva, jugar y disfrutar con este reportaje. Espero que nos volvamos a encontrar pronto.

 

TEXTO: ÁNGEL CABALLERO

FOTOGRAFÍA: MOISÉS FDEZ ACOSTA

MAQUILLAJE Y PELUQUERÍA: SILVIA GIL

AGRADECIMIENTOS: BANDA MANAGEMENT

 

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