Antonio Molero: “Le tengo un respeto enorme al público”.

Antonio Molero: “Le tengo un respeto enorme al público”.

La televisión le dio la fama, pero fue el teatro el que le aportó todas las herramientas que un actor necesita para defender un personaje. Por la tarde, cuando el Teatro Alcázar está aún vacío, los técnicos comienzan a llegar y empieza a prepararse todo para una nueva función de El Nombre, me reúno con Antonio Molero. El actor viene acompañado de su hija y, como buen padre, es capaz de poner sus cinco sentidos en atendernos a ambos al mismo tiempo. La niña se desenvuelve en el escenario como pez en el agua, nosotros nos sentamos en el patio de butacas y, sin quitarle un ojo de encima, empieza a contarme…

 

Ángel Caballero: Después de verte en la función, no he podido evitar quedarme asombrado con la importancia que puede adquirir algo, en apariencia, tan simple como un nombre. Aquí, es capaz de hacer que afloren desde disputas ideológicas hasta antiguas heridas mal cerradas…

Antonio Molero: El nombre es realmente el detonante de todo lo que ocurre en la función y una buena excusa para presentar a un grupo de amigos y familiares en una cena en la que se dicen las palabras equivocadas, se tira un poco más de la cuerda de lo que se debería y se producen una serie de coincidencias en el tiempo y en los caracteres de estos personajes que se conocen de toda la vida.

A.C: Vamos, como en la vida misma…

A.M: Exacto. Es la típica  reunión de un grupo de amigos que se hacen las coñas de siempre, pero justo en esta cena, en la que transcurre todo, se les va de las manos. Es muy bonito ver esta especie de lucha fratricida. Afortunadamente, en la vida real nos guardamos un poco más lo que pensamos en realidad de nuestro hermano, nuestro primo o nuestro padre y nos vamos a la tumba sin decirlo, al contrario de todo lo que ocurre en esta función.

 

 

A.C: No sé qué pensarás, pero a mí El Nombre es una función que me recuerda mucho a Un Dios salvaje, en la que, precisamente, también estabas tú.

A.M: Sí, es verdad… Tiene mucho ver con esa obra. Al igual que en aquella, todos los personajes tienen esa apariencia de personas civilizadas, pero después acaban sacando lo peor de ellos mismos de un modo muy visceral. También creo que tiene que ver el hecho de que las dos sean obras francesas, donde hay una gran tradición de comedia burguesa.

A.C: Aquella función  fue, hace unos años, un gran éxito teatral y supuso tu primera colaboración con la familia Larrañaga.

A.M: Sí; luego hice también, junto a Maribel Verdú, otra que se titulaba El tipo de la tumba de al lado. No se llegó a estrenar en Madrid, porque a Maribel le salió otro proyecto, pero tuvimos una gira de dos años y estuvimos en Barcelona casi dos meses. Así que, desde hace unos cinco años, estoy trabajando con ellos. Y muy feliz, porque es como si me hubieran adoptado.

A.C: La pluma de Jordi Galcerán ha sido la encargada de adaptar El Nombre, consiguiendo acercarla de un modo magistral a nuestras costumbres y estilo de vida…

A.M: Sí, la verdad es que está muy bien adaptada. Cuando leí por primera vez esta función, fue en una traducción literal, sin adaptar, y desde el primer momento me di cuenta de que esto iba a ser un éxito; pero es que, luego, el trabajo que hizo Jordi fue brutal y, como bien dices, consigue que parezca una historia muy nuestra. Muchas veces las comedias francesas tienen un sello propio que está muy presente, pero en este caso no es así.

 

 

A.C: Por la situación político social que estamos atravesando, parece que, últimamente, el público está más predispuesto a ir al teatro para reír…

A.M: Estos años de crisis han provocado en la gente un gran sentimiento de debacle y eso, paradójica y desgraciadamente, ha sido muy bueno para la comedia, tanto en el teatro como en el cine o en la televisión. Las personas necesitan evadirse de los problemas cotidianos en los momentos duros, y venir al teatro, reírse y dejar de pensar por un par de horas en los problemas, es un bálsamo.

A.C: Tú empezaste en el teatro y aunque también has trabajado en otros medios, como la televisión, al final siempre vuelves a las tablas.

A.M: Realmente no es que vuelva, porque siento que nunca me voy del todo. No te miento si te digo que yo habría pasado perfectamente mi vida profesional en el teatro sin la necesidad de hacer televisión o cine, siempre y cuando hubiera podido comer de esto. Accidentalmente se cruzó en mi vida la tele y por ahí han venido la popularidad y un montón de cosas más, pero yo mamé del teatro, ya que empecé en el teatro universitario y en compañías independientes, y ahí es donde lo aprendí todo. Por mucho que me haya costado compaginar ambos medios, y me ha costado, siempre he intentado seguir en el teatro, porque en el momento en el que dejas de estudiar o no tienes tiempo de seguir a un maestro, la única manera que hay para seguir en forma es subiéndote encima de un escenario.

 

 

A.C: ¿Si te propusieran un proyecto que te sedujese, pero que viniera de una compañía de teatro independiente o lo que se conoce ahora como teatro off, te lanzarías a la piscina?

A.M: Sí, sin duda alguna. El problema suele ser el tiempo, porque yo tengo un millón de inquietudes y cosas por hacer que se pierden por no encontrar ese tiempo. Tengo el escritorio del ordenador lleno de documentos de cosas en las que me gustaría participar e, incluso, de otras que me gustaría dirigir. Y, quién sabe… Algún día…

A.C: ¿Te estás sintiendo seducido por la dirección?

A.M: Sí, sobre todo tengo ganas de dirigir. Hace unos años coescribí un corto y lo dirigí, y quiero seguir haciendo cosas por ese camino. Pero bueno, cuando pueda… Sin prisa, pero sin pausa. Es que es algo que requiere tiempo. Y yo tengo mucho respeto a los directores como para ponerme a hacer algo en fines de semana o en días sueltos sin dedicarle el tiempo que se merece.

 

 

A.C: Dicen los grandes maestros que de un encasillamiento sólo se sale con un nuevo personaje que te lleve a otro encasillamiento. Tú has estado en dos series de muchísimo éxito, como son Médico de familia y Los Serrano, pero ha sido en el teatro donde se te ha permitido abordar un abanico más amplio de personajes.

A.M: Sí, pero es que la dimensión que te da la tele no alcanza al teatro, por mucha gente que venga a verte. Aunque estés en una serie con unos niveles de audiencia bajos, eso ya es un mundo, comparado con un gran éxito de teatro. Sé que las cosas que hago en teatro nunca me las van a ofrecer en televisión, porque tengo asumido que ahí siempre voy a hacer del tipo entrañable superado por las circunstancias. Eso es para lo que me van a llamar siempre, y ya está… no pasa nada. Asumiéndolo a tiempo, uno se relaja. (Risas) Pero, por suerte, también está el teatro, que te permite hacer otras cosas.

 

 

A.C: Precisamente, ahora mismo, estamos en un teatro, pero al otro lado del escenario, en el patio de butacas, donde cada noche se sienta el público. ¿Qué significan para ti esas personas?

A.M: Significan mucho, porque me parece que son el público más fiel. Es el público que tiene más valor para mí, porque se visten, salen de sus casas, quedan con sus amigos, pagan una entrada y hacen el esfuerzo de venir aquí a vernos. Ellos son el espectador activo, a diferencia de los de televisión, que son el espectador pasivo, a los que no les cuesta ni un duro, no se mueven del sofá y dándole a un botón del mando ya te ven.

A.C: O te quitan, que hay a quien también le pasa… (Risas)

A.M: Sí, por supuesto. (Risas) Son públicos muy distintos…

A.C: ¿El amor por el público nace o se hace, Antonio?

A.M: La verdad es que no sé responderte a esto, pero sí te puedo decir que le tengo un respeto enorme al público. Yo estoy muy en contra de trabajar para uno mismo. Cuando llega ese momento en el que la función ya está muy hecha, ya sale todo como la seda y los actores empezamos a hacernos bromas entre nosotros… Siempre digo que las bromas están muy bien… siempre y cuando el público no se entere, porque a mí me merece el mayor de los respetos. Da igual cómo estemos, no podemos dar más al público del viernes que al del domingo… siempre hay que intentar estar al cien por cien. Ya puedo estar con un gripazo de la hostia, que cuando salgo ahí se me pasa todo.

 

 

A.C: Por lo general, los actores nos dividimos en dos grandes grupos: los metódicos y los proclives a la improvisación. ¿Tú a cuál perteneces?

A.M: Creo que para poder improvisar bien hay que pasar por el método. Yo ahora he desaprendido un montón de cosas que estudié cuando me formaba en la escuela de arte de dramático, porque, si te obsesionas con la teoría, al final no puedes soltarte y te conviertes en un actor encorsetado. Está bien tener ese conocimiento del método, pero luego hay que olvidar aquello que creas que no te sirva, conocerte bien a ti mismo como actor y como persona para saber cuáles son tus carencias. Y, si tienes que hacer un calentamiento antes, que sea de lo que tú crees que te falta. Por ejemplo, hay actores que trabajan mucho la concentración, y yo creo que esto está muy bien si tienes problemas para concentrarte; pero, si no es el caso, no pierdas tiempo haciendo eso. Pienso que tienes que diseñarte una especie de calentamiento a tu medida, y eso es lo que al final, con los años, se aprende.

A.C: ¿Existe el secreto para ser un buen actor?

A.M: El mayor secreto es conocerte bien como actor. Preguntarte qué tipo de actor eres tú, responderte con sinceridad y al final, más o menos, puedes llegar a intuirlo.

 

 

A.C: ¿Qué me responderías si te pido que me hagas un autorretrato de ti como actor?

A.M: Eso es muy difícil. Hace poco estuve en la escuela de arte dramático escuchando a Eugenio Barba y hablaba de cosas muy metafísicas. Él decía que, al principio, los actores eran puro entretenimiento, y que en el siglo XX, con la llegada de Stanislasvki, Grotowski o Peter Brook, hicieron de nuestra profesión algo mucho más metafísico, donde teníamos que aportar algo a la sociedad, ya que no sólo éramos gente que distraía y divertía al público. Desde ese punto de vista, todo se complicó mucho. Y los actores, ya de por sí, somos gente muy complicada… A mí muchas veces me han dicho: “Es que tú tienes una naturalidad trabajando que parece que no haces nada”. Y claro, yo me quedo con unas ganas de responderles: “Pues para llegar eso… Eso es un camino de vuelta”. (Risas) La naturalidad es algo complicadísimo, porque hay “naturalidades” que no hay quien las soporte. Esas cosas que se ven, a veces, en el cine de gente a la que no se le entiende cuando hablan. Eso, para mí, es una naturalidad fraudulenta, porque es verdad que parece que no estás actuando, pero tampoco estás contando nada. Sin embargo, la naturalidad que yo defiendo es aquella en la que parece que no haces nada, pero que estás calando hondo en el espectador con cada palabra.

A.C: Por no hablar de la naturalidad teatral en la que se te tiene que entender y te tienen que llegar a oír… en la última butaca del teatro.

A.M: Claro. Tú tienes que conseguir que allí arriba te estén escuchando como si estuvieras a su lado, pero sonando lo más natural posible. Eso es pura técnica, y hay mucha gente que no se da cuenta.

A.C: Pues yo animo a todo el mundo a que venga a veros al Teatro Alcázar, y que comprueben ellos mismos lo bien que se os entiende al elenco de El Nombre. Por cierto, ¿Cuánto tiempo estaréis en Madrid?

A.M: Yo creo que seguiremos todo lo que nos queda de temporada en Madrid. Llevamos más de trescientas y pico funciones y seguimos disfrutando y saliendo encantados como el primer día. Es maravilloso volver cada noche a casa con una sonrisa

 

A.C: Viendo el teatro lleno y la reacción del público no me extrañaría nada que lleguéis a la función número mil. Antonio, gracias por recibirme en “tu casa” de la función. Ha sido un placer compartir esta charla contigo.

 

TEXTO: ÁNGEL CABALLERO

FOTOS: MOISÉS FDEZ ACOSTA

PRODUCCIÓN: JAIME PALACIOS

AGRADECIMIENTOS: MANU RIPOLL, ÁNGEL GALÁN COMUNICACIÓN.